Romina se mira al espejo por última vez después de los últimos retoques de maquillaje, disperso en el rostro y una parte del cuerpo semidesnudo. Junto a sus colegas está a punto de salir al escenario; a pesar de las apariencias, no se trata de bailarinas o actrices. Romina es promotora– de eventos empresarios, en carreras automovilísticas, para determinados productos en la vía pública– y esa ha sido su profesión durante buena parte de las últimas dos de décadas. Romina está por cumplir cuarenta años y en esos menesteres, en los cuales el cuerpo femenino es un mecanismo, un atractivo visual, la edad es un elemento central de la ecuación. “La gente busca chicas más pendejas”, le dice su jefa en la agencia Smile, un eufemismo poco sutil para señalarle que está quedando un poco mayor para el métier.